Una pequeña visita "To the Other Side"

Una pequeña visita "To the Other Side"
Cimetière Père-Lachaise

miércoles, 30 de enero de 2008

Hechizados

Este Articulo de Escobar, me lo compartio un gran profesor y viejo amigo mas o menos en el 2002, esculcando entre mis archivos lo encontre y ví pertinente traerlo nuevamente a colación, creo que a pesar del tiempo la realidad es y seguira siendo la misma.....

* Por Eduardo Escobar

Desde Hamurabi, Manú y Moisés, las tribus humanas idearon proyectos para un mundo feliz, sin lograr ni de lejos uno siquiera aceptable. Los sueños realizados se vuelven monstruosos. ¿Cómo levantar un orden que valga la pena si no hemos conseguido ponernos de acuerdo sobre el desorden que vemos?

Para imaginar lo deseado ideamos una baraja de palabras multicolores de ambigüedad fatal: orden, humanidad, justicia. De lejos parecen oro. Apestan al acercarnos. Amarrados al potro de pulsiones opuestas, el lastre del pasado nos impide avanzar hacia lo querible. Y la sed de porvenir nos ofusca con su quimera.

El desorden del mundo tiene un origen semántico. Todos los males nos vienen de la ausencia de una hipótesis razonable acerca del sentido, la realidad y la naturaleza de las cosas y del lenguaje que pretende explicarlas. El hombre es un animal más irracional y estúpido de lo que pensamos. Tanto, que se siente libre. Si así fuera, sería menos dañino para sí mismo y menos peligroso para todo lo demás. Somos, a lo sumo, capaces de reaccionar. Y las emociones, los rencores y los prejuicios que nos justifican nos hacen desordenados, infelices y crueles.

Algunas sectas de desventurados creen que el mal es inherente a la materia. Que la materia es sombra de otra cosa. O la manifestación de un dios sombrío. Maniqueísmo vil, para Nietzsche, prolongado por el cristianismo a través del desprecio de los sentidos y la carne, el odio por lo femenino, la exaltación del eunuco.

Para atacar la rancia vileza, Nietzsche apeló a la vida instintiva y la salud. El pobre enfermo, aquejado por una jaqueca incurable, fue sin embargo austero, ascético. Para sobrevivir a sus debilidades quiso rescatar a Dionisios. Es ligereza acusarlo de deicidio. Nietzsche encontró a Dios muerto. Por las iglesias, los pastores y el pisotear inconsciente de las masas. Echó sobre sus hombros el cadáver. Y enloqueció de compasión.

Unos atribuyen a un artífice entre benevolente y malintencionado el sostenimiento de la pulsación universal. Los materialistas, sin imaginación, piensan que si existiera un demiurgo habría entrado cuando todo estaba hecho, por una puerta trasera. Dios es para unos parásito. Para otros, el testigo de nuestras villanías y la conciencia confiada en nuestras gracias ocultas. Para San Agustín era camino. Para San Juan de la Cruz, noche, incertidumbre. Es imposible aplicar a la divinidad la pobre lógica del serrucho, única a nuestro alcance.

Empeñados en redimir la materia a través de la reforma de la historia o las ciencias del corazón, todos coinciden en que somos imperfección y futuro. Fascinados por el más allá. La utopía. O la ucronía. Y para realizarse, la ilusión recurre a veces a los argumentos de la ira santificada. Los místicos yogas buscan el vaciamiento. La ardiente expansión los poseídos por la locura del espacio y las revoluciones del orgullo. El materialista decimonónico quiere transfigurar la historia. El místico, salvarla con el sacrificio de su persona, convirtiendo el misterioso caos en interioridad pura.

Tal vez es hora de abandonar la voluntad satánica, la violencia sobre las cosas, el hechizo de que nos deben algo en otra parte, en otro tiempo, que debemos arrancar a la fuerza. El mito del futuro nos impide vivir. Las revelaciones del mapa genético nos obligan a ser más humildes. Somos una pobre cadena de proteínas dispuestas en combinaciones azarosas. Una conspiración de genes nos usa a su antojo sin conceder importancia a nuestros sufrimientos.

Que es preciso transformar las relaciones sociales para encontrar el ser humano. Que es necesario transformar al individuo antes de que entre en posesión de los bienes de su sueño. Que la única victoria es la que obtenemos sobre nosotros mismos. No lo sé. Los griegos inventaron la noción del destino, que hace de los hombres monigotes ciegos bajo la planta inclemente de los dioses, como si fueran uvas. Hasta que Esquilo dulcificó la humillación sugiriendo que contribuimos a la tragedia con nuestra soberbia y nuestras codicias.

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